Un libro en la esquina

Michelle Amkie
3 min readOct 12, 2020

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Imagínese que está en una librería y se detiene a observar la pared llena de libros. Pensamos y nos sentimos abrumados por este inmenso mundo de las letras. Sin embargo, nunca pensamos ¿cómo fue que ese libro de la esquina llegó al mundo? ¿Quién los escoge? ¿Quién fue el que descubrió el potencial de este libro? ¿Cómo supo esa persona que ese libro es una obra magnífica que me va a atrapar? Thomas McCormack responde a estas preguntas en su libro La novela, el novelista y su editor.

En el libro se establece que el editor, aunque es un lector, tiene que aprender a pensar por todos los otros lectores. Es decir, tiene que aprender a tomar una distancia del libro para poder identificar los grupos de lectores específicos a los que la obra se puede dirigir.

McCormack menciona que el editor requiere de una sensibilidad que no se puede aprender. Es un sentimiento de salivación, de antojo que le permite adentrarse en la escritura y evaluar el impacto que tiene el libro en él como lector. Esta es una habilidad que no se puede aprender pero sí desarrollar con la experiencia. En cambio, el oficio del editor sí es una técnica que se practica. McCormack lo compara con un doctor y su paciente paciente. En este caso el editor diagnóstica la obra (el paciente) al identificar sus partes pero es la sensibilidad que le permite evaluar si esas partes funcionan o no.

Hay muchas teorías literarias que nos pueden ayudar a acercarnos a la obra, identificar sus partes y su “calidad literaria” (si es que existe algo como eso) Una de ellas son las del estructuralismo, como la de Barthes que nos puede ayudar a identificar las partes de la obra: los actantes, el léxico, las acciones, etc. Sin embargo, no es suficiente esta delimitación pues es necesario saber si existe una tensión funcional en la obra. Los formalistas intentaron probar que existe la “literaturidad”, pero hoy en día sabemos que determinar la “calidad literaria” es controversial y complicado ya que no podemos establecer que hay algo como tal. Es por eso que es necesaria la sensibilidad de la que habla McCormick, a través de ella podemos adentrarnos en la obra y en su especificidad sin tener que forzarla dentro de una categoría preestablecida.

El editor se convierte en una araña que teje una red: entre él, el libro, los lectores y el autor. También, debe saber cómo tratar con el autor, quienes pueden tener formas particulares de ser: hay algunos que son talento puro pero les falta talento y vice versa. El editor tiene que saber cómo tratarlos, no presionarlos pero sí ofrecerles una forma de organización. Y así es que, gracias al editor, ese libro de la esquina llega al muro de las letras.

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